José Ignacio Díaz de Rábago y su Biblioteca de Babel

bookhunterblog habla con José Ignacio Díaz de Rábago, autor de la obra “Biblioteca de Babel XII”, que durante todo 2016 puede verse en el centro Carlos Santamaría, sede de la biblioteca del campus de la UPV/EHU en Donostia.
José Ignacio Díaz de Rábago nació en 1950 en Madrid. Estudió Filológica Hispánica y Artes Plásticas, especializándose en instalaciones de gran formato. Como poeta, ha publicado Poemas del instante (2001), Molinos de papel y viento (2011) y Humaredas (2015). Desde 1978 reside en Copenhague.
La obra instalada en el centro Carlos Santamaría, “Biblioteca de Babel XII”, es parte de una serie que lleva exhibiéndose desde 1997 en bibliotecas e instituciones culturales de Europa y América.

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Me ha llamado la atención tu doble perfil de artista plástico y poeta.
Estudié Filología Hispánica, pero yo lo que quería era dedicarme a la escritura, porque desde pequeño he escrito muy bien. Como vi que Filología se centraba más en la lingüística que en la literatura, al final opté por las artes plásticas. Dejé la carrera, a falta de una asignatura, para aprender pintura en el estudio de Concha María Gutiérrez Navas. Pero he seguido escribiendo poemas toda la vida. Tengo las dos vertientes: la literatura, que entiendo que me viene de mi madre; y las artes plásticas, porque gran parte de mi familia siempre ha pintado.
¿Cuál es el origen de la primera “Biblioteca de Babel”?
Cuando me he dedicado a pintar, he ido de forma instintiva llegando a diferentes etapas y he pasado al campo de las instalaciones, porque todos los cuadros se me volvían negros. En el año 85 empecé a hacer instalaciones en las que trato, generalmente, de levantar un peso. Es un pelea con los espacios y contra la gravedad. La primera instalación sobre el libro la hice en la galería Nikki Diana Marquardt de París, en el año 97, y el motivo fue más bien prosaico: no pudimos conseguir ladrillos porque teníamos poco presupuesto. Entonces asocié ladrillos con libros, porque tienen el mismo formato y algunos libros son auténticos ladrillos. Pedí libros y me los consiguieron.
Entonces, ¿no es verdad que en el origen estaba un cuento de Borges?
Luego vinieron una serie de lecturas complementarias, que tienen todo el sentido: la cuestión del libro electrónico, si va a desaparecer el libro, cuál es el uso de las bibliotecas públicas, la referencia al cuento de Borges, etc. También tiene que ver el hecho de que  haya estudiado Filología Hispánica y que tenga contacto con la literatura. Pero lo que trato de hacer es dominar un espacio, atacar su arquitectura, crear caos y orden a través de tensiones y de levitar una serie de volúmenes. La instalación tiene que funcionar visualmente, en el espacio. Todo el resto es bienvenido, pero si la instalación no funciona, de nada sirve que escribas siete libros hablando sobre ella.
¿Cómo se convierte en serie, y de qué forma se adapta a cada espacio?
Generalmente, para que se te reconozca en el mundo del arte hay que repetir. Yo he hecho cerca de 60 proyectos pero el trabajo por el que más se me reconoce es el de las 12 instalaciones de la “Biblioteca de Babel”, aunque no sea del que personalmente estoy más satisfecho. Respecto a los espacios, con libros se puede hacer gran cantidad de cosas, pero lo que define mis instalaciones es que los levito por medio de tensiones. Hay espacios naturales para este tipo de instalaciones: grandes halles donde puedo tirar los cables, y hay una luz y una perspectiva. Al mismo tiempo, cuanto más complicado sea el espacio, más te motiva a buscar soluciones.
¿Siempre se instalan las “Bibliotecas de Babel” en bibliotecas?
El 50% de la instalación no es la instalación, sino el lugar. Para mí tiene importancia hacer instalaciones de libros en las bibliotecas, porque una parte que me interesa de mi trabajo es que no se distinga mucho la diferencia entre arte y vida: no quiero necesariamente que la instalación parezca una obra de arte, lo que quiero es que la gente se sorprenda al verla, que le “pegue” durante un momento y que sea parte de la institución. Por eso su medio natural son las bibliotecas. Les doy un caballo de Troya, como un presente con sus mismos contenidos. Trato en cierta forma de revolucionar ese espacio. Aunque también he hecho instalaciones con libros en una galería, en el Instituto Cervantes de París…
Vídeo del making of de la instalación en Donostia. Autora: Laura Narváez.
¿De qué manera surge la posibilidad de hacer una instalación en Donostia?
Mi hermano vive en Donostia desde hace muchísimos años. Un día que estaba de visita pasé por el centro Carlos Santamaría y me llamó la atención, porque tiene cierto estilo de arquitectura nórdica que me es muy querida ya que resido en Copenhague desde 1978. Me gustó el espacio y hablé con la directora, planteándole la posibilidad de hacer una instalación. La relación humana fue muy buena, desde el principio. Estuvimos dos años hablando y el comienzo de la capitalidad cultural fue el momento idóneo.
¿Cuánto duró el montaje en el centro Carlos Santamaría? ¿Tuviste ayuda?
Aunque hubo un trabajo de preparación mayor, el trabajo físico duró dos meses. Hay cerca de 2.000 libros y cada uno lleva cinco o seis taladros. El trabajo de artista plástico es más bien solitario, salvo cuando estás haciendo la parte material y a mí una de las cosas que más me gusta es la relación con la gente. En este caso me ayudaron estudiantes de Arquitectura de la Universidad Pública del País Vasco. Hay que pasarlo bien porque si no nadie se mete a hacer algo tan monótono como taladrar libros tirado en el suelo… Partes de una idea general, pero la instalación va cobrando vida durante el proceso. Muchas veces me decían los arquitectos, “¿Pongo este libro aquí?”, y yo les contestaba, “Si te parece bien, sí”.
¿De dónde proceden esos cerca de 2.000 libros que componen la instalación?
Desde la primera instalación que hice en París, descubrí que todas las bibliotecas públicas tiran cantidad de libros. Este tipo de instalaciones proclaman que el libro no ha muerto, que está resucitando, y lo hace como objeto bello. Generalmente pido un tipo estándar de libro, que tenga tapa dura y un formato de 20×25, y que no pese más de 400 gramos, aunque me adapto a lo que hay. Lo que pasó en el centro Carlos Santamaría es que la mayoría de libros que habían expurgado eran de la misma edición. No me vale que todos los libros sean iguales, a no ser que ese fuera el objetivo. También pedimos libros a Kutxa, y pasó lo mismo. Al final fuimos a los Traperos de Emaús y conseguimos unos libros más variados.
¿Estás contento con el resultado? ¿Y con la acogida?
Creo que ha sido una de mis instalaciones más exitosas en torno al libro. Estoy contento con la relación humana, tanto con los representantes institucionales como con las personas que colaboraron. Creo que el espacio es perfecto. Además, tiene mucha visibilidad, al ser una biblioteca pública.

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